Las reformas al Seguro Social, que han sido la causas desencadenantes de la protesta que ya suma treinta muertos en Nicaragua, entre ellos un periodista, fueron finalmente revocadas este domingo por el presidente designado del Poder Electoral, Daniel Ortega.
Sin embargo los opositores creen que esta medida ya no es suficiente, y que las marchas continuarán por un sexto día este lunes mientras las fuerzas de choque del régimen siguen aterrorizando a los protestantes en las calles como si el Mandatario no hubiera dicho nada.
Los gobiernos de Estados Unidos, Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Paraguay y Perú expresaron su condena contra la represión policial de las manifestaciones ciudadanas.
El Departamento de Estado de EE.UU. condenó la violencia y el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía de Nicaragua contra los civiles que se manifiestan en las calles de la capital de Managua. “El Gobierno de los Estados Unidos lamenta la pérdida de vidas y las lesiones sufridas en Nicaragua durante las protestas de sus ciudadanos”, señaló en un comunicado la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert.
Los manifestantes aseguran ahora que esa no es la única razón por la que protestan, ya que se manifiestan directamente en contra del gobierno de Daniel Ortega. La violencia habría sido generada por la Policía que ha utilizado balas reales para intentar trerminar con las marchas.
El periodista Ángel Gahona fue asesinado mientras cubría una protesta en Bluefields.
Ortega, mientras tanto, llama al diálogo, lo que es difícil de lograr después de veinte años de gobierno del “comandante”, quien ha gobernado Nicaragua con puño de hierro y de los golpes que le da a la gente en la calle el personal policial y de seguridad.
Aunque una interpretación más plausible sería que Ortega -al colmo del descrédito- llama a pacificar al país mientras en realidad incrementa la represión, en un doble juego de consecuencias inciertas.
No se trata -al menos por ahora- de que el país se le haya ido de las manos a Ortega, sino de que está aumentando la represión en contra de su propio pueblo mientras intenta aparecer como una voz reflexiva que llama a pacificar Nicaragua. De hecho, los propios sandinistas encendieron la mecha a instancias del gobierno al atacar a grupos de manifestantes autoconvocados contra la reforma previsional draconiana del mandatario, que aumenta aportes patronales y laborales, y reduce en un cinco por ciento las ya raquíticas pensiones del segundo país más pobre de Latinoamérica, comentó en la Deutsche Welle el corresponsal Leandro Uría.
¿Qué le queda a la oposición en ese escenario?
Luego de que Ortega pusiera funcionarios del régimen al frente de partidos opositores y se hiciese reelegir en unas elecciones con rivales electorales testimoniales, parece que solo puede ventilar su descontento en las calles. Aunque a la luz de la represión, ni siquiera le queda eso: los opositores se refugian en lugares que hasta ahora parecían infranqueables para la policía, como sedes universitarias e iglesias.
El presidente nicaragüense comenzó su cuarto mandato (el tercero consecutivo) de cinco años en enero de 2017. Asumió junto a su esposa Rosario Murillo, quien es vicepresidenta. Esta situación es calificada por los analistas como «algo inédito en la historia de Nicaragua».
Ortega vive cada vez más alejado de la revolución que echó del poder a la familia Somoza, y cada vez más parecido a esa familia en el ejercicio despiadado del poder. No por nada, Ortega controla lo que se hace y deshace en el país y quiere controlar lo que se dice a través de la censura y de una miríada de medios oficialistas a cargo de los hijos del presidente.
Los estudiantes han sido atacados por la policía en predios universitarios y hasta en la catedral de Managua, donde el cardenal de la capital nicaragüense abogó por ellos, lo cual abriría un espacio para que la Iglesia católica intente mediar y ayude a corregir (al menos parcialmente) el desaguisado provocado por años de nepotismo y ejercicio de poder sin contrapesos por parte de la familia Ortega.
En otras palabras, nada indica que Daniel Ortega quiera realmente dialogar ni dar marcha atrás con la represión y su polémica reforma de la seguridad social. Al contrario. Todo podría darse vuelta de la noche a la mañana, con un presidente que controla la Justicia y el Parlamento, además de fuerzas antimotines expertas en eliminar la disidencia en las calles. Y que para peor se hace reelegir en elecciones arregladas. Otra vez la comunidad internacional sería la única salida para una oposición que desfallece. Y por lo visto en Venezuela, donde prácticas similares continúan a pesar de la condena regional y las sanciones aprobadas por Estados Unidos y la Unión Europea, se trata de una esperanza por demás incierta, comentó Uría.
El trasfondo
Y ya que hablamos de Caracas: lo cierto es que la debacle económica de Venezuela está teniendo su impacto en Nicaragua. La mitad de la energía que consume el país centroamericano se produce en base a petróleo venezolano. Y Venezuela amplió los intereses que le cobra a su «aliado» a cambio del fluido en un contexto de caída del precio internacional del petróleo e hiperinflación, a lo que se suma ahora el impacto de las sanciones internacionales.
Ortega, a su vez, multiplicó a partir de 2007 los subsidios de las tarifas eléctricas. Pero la bonanza está llegando a su fin y el régimen de Managua quiere prepararse para una etapa con menos subsidios. Y esto parece muy difícil de vender a la población y especialmente para la familia Ortega. Es lógico: los ciudadanos nicaragüenses no quieren pagar la factura de años de desmanejos y de corrupción por parte de sus opresores, escribió Leandro Uría.
Reclaman cambios profundos
El escritor nicaragüense Sergio Ramírez reclamó hoy cambios profundos en el sistema electoral de Nicaragua para que el país llegue a tener una democracia plena, tras las fuertes protestas contra una polémica reforma al seguro social.
«Hace falta un proceso electoral limpio y transparente. Sin eso no podremos tener una democracia limpia y duradera», dijo Sergio Ramírez en la ciudad española de Alcalá de Henares poco antes de recibir el Premio Cervantes, máximo galardón a las letras en español.
El escritorel nicaragüense dedicó el premio a «la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar Justicia y Democracia». Tras recibir la medalla de manos del rey Felipe VI, empezó su discurso dedicando el galardón a sus compatriotas, «a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales por que Nicaragua vuelva a ser república».
Ramírez, quien fue vicepresidente de Daniel Ortega de 1985 a 1990, lució un crespón negro por los sucesos ocurridos en su país. El laureado insistió en el mensaje que había enviado ya a su país el domingo al participar en una marcha de apoyo a las protestas que la última semana dejaron al menos diez muertos y decenas de heridos.