Por Jorge Maifud (**)

Un problema menor es que nos acusen de dramáticos, grandilocuentes y apocalípticos. Todo eso es irrelevante, olvidable. A riesgo de equivocarnos, como todos, como en todo, nuestra obligación es la de aportar alguna mirada general sobre los problemas más importantes que pueden afectar a la humanidad en el tiempo presente y en los tiempos por venir, aunque para entonces ya no estaremos caminando sobre este hermoso planeta ni estaremos disfrutando de ese maravilloso y tan desvalorado milagro de estar vivo.

Para mí no quedan dudas. La gran crisis planetaria que va a enfrentar la humanidad y el resto de las especies sobre este planeta sigue centrada en el problema socio-ecológico. Las dos bombas de tiempo que indicábamos en el artículo anterior,  que se reproduce a continuación,  (la peligrosísima e insostenible concentración de riqueza, mero secuestro del progreso humano por parte de una elite financiera, y la próxima aceleración del cambio climático), ambas bombas unidas por un sistema social y económico basado en el consumo y el despilfarro (La pandemia del consumismo» 2009), se librarán a través de la próxima gran revolución tecnológica, sin duda con un mayor impacto que la que produjo Internet. Me refiero a la Inteligencia Artificial.

Hace diez años observábamos que “mientras las universidades logran robots que se parecen cada vez más a los seres humanos, no sólo por su inteligencia probada sino ahora también por sus habilidades de expresar y recibir emociones, los hábitos consumistas nos están haciendo cada vez más similares a los robots”. La misma idea es recogida en el libro Cyborgs (2012) pero procede de mi segundo libro Crítica de la pasión pura (1998). Obviamente, por “robots” me estaba refiriendo a un concepto que, por entonces, no se había desarrollado como ahora: la Inteligencia Artificial (IA). El tiempo ha confirmado este pesimismo y me ha corregido en algunos optimismos de la misma época sobre la Democracia Directa derivada de las Comunidades en línea (aunque ¿quién sabe? tal vez todavía sea posible).

Hoy los robots se están comiendo millones de puestos de trabajo y, con todo, eso no parece ser nada en comparación a la revolución de la IA. Los robots son peligrosos para los trabajadores sólo si los beneficios de su eficiencia se siguen concentrando en los “dueños de los medios de producción” (perdón por la terminología marxista) y no llegan a los trabajadores, que fueron quienes aportaron, con su trabajo y sus impuestos, para que todo ese conocimiento se desarrollara en las universidades. Los profesores no sólo recibimos nuestro salario de las matrículas y de los impuestos (en el caso de las universidades públicas), sino que mientras nos dedicamos a la investigación y la especulación, a inventos que dejarán a nuestros beneficiaros sin trabajo, otros (los beneficiarios) están doblados bajo el sol en los campos, cultivando y cosechando los alimentos o subiendo y bajando cajones de fruta que luego compramos casi sin esfuerzo en los aclimatados supermercados. Pero ni siquiera los inventores ni los profesores que participaron en el proceso se beneficiaron ni se beneficiarán económicamente de esas proezas de la alta tecnología como lo han hecho y lo seguirán haciendo los secuestradores, los “genios” de los negocios que más que inventar algo simplemente se embolsaron los beneficios. Como siempre, serán los dueños del dinero quienes hagan más dinero y sean venerados por los adelantos de nuestras sociedades. En fin, esas tonterías como que gracias al bueno del Bill Gates o de algún otro multimillonario tenemos internet y computadoras, etc.

Volvamos al punto central. Las IAs no son como los robots, meros brazos efectivos, sino cerebros implacables que ya se están usando en las grandes compañías y corporaciones del centro del mundo. Casi nunca están en los robots, como Terminator, sino en espacios virtuales, lo que las hace aún más temerarias. Pronto podrán entender a los seres humanos mejor que cualquier psicoanalista y, obviamente, no necesitarán veinte años de terapia. Actualmente, ya están siendo usadas para leer los currículums de los solicitantes de trabajo y son capaces de seleccionar a los mejores candidatos en base a predicciones: María renunciará en dos años; José pedirá aumento de sueldo antes del tercer año. Etcétera. Claro, pronto ni María ni José serán necesarios ni para cuidar niños ni ancianos porque las IA podrán hacerlo mucho mejor y cometiendo menos errores.

Esto, que en principio puede ser celebrado por los optimistas por su incuestionable aumento de la repetida, hasta el hastío, efectividad, tiene su lado tenebroso. Los robots inteligentes no necesitan ser malos para organizar el Mal. Basta con que sirvan a los poderosos, como cualquier otra innovación previa, ya sean gobiernos despóticos o mega compañías (despótica y manipuladora, como cualquier gran compañía, según lo demuestra la historia).

Podríamos poner cien ejemplos, pero por razones de espacio consideremos un simple aspecto. Desde hace miles de años, todos llevamos nuestra privacidad de paseo por todos los lugares públicos por dónde vamos. Con las AI, esta privacidad se disolverá automáticamente. El reconocimiento facial no sólo puede detectar mentirosos, o la orientación sexual (esto no es especulación; ya está ocurriendo de forma inadvertida por el público), sino muy pronto cualquier IA podrá determinar en unos pocos segundos qué ideas políticas, sociales, religiosas y sociológicas tenemos, ya sea leyendo un simple CV, un texto, artículo, carta o escaneando nuestro rostro. No será algo muy difícil de concretar, considerando lo que ya se está haciendo.

Como consecuencia, los disidentes de ese orden infinitamente opresivo no tomarán armas tradicionales sino las mismas basadas en IA o similares. Serán los hackers del futuro y, como en el pasado, serán los guerrilleros idealistas y los criminales comunes, todos metidos en una misma bolsa por quienes ostentarán el poder de los dioses (o los demonios).

¿Terminará esta lucha en una negociación pacífica? Bueno, eso nunca ha ocurrido en la historia, salvo excepciones, como el derecho a las ocho horas de trabajo, etc. ¿En una restauración violenta de la libertad y de los derechos individuales de todos, más o menos como en la Revolución Francesa o en otros magnicidios? ¿Estarán los individuos suficientemente intoxicados por la educación funcional, dócil, acrítica, y la manipulación ideológica y psicología como para que no haya ninguna lucha por la libertad o la conciencia de la opresión? Como en tantos otros períodos de la historia ¿serán los esclavos los más fervientes defensores del sistema esclavista? ¿Podemos los “viejos anticuados” decirle algo útil desde la perspectiva del año 2018 a los “liberados” o “superados” del 2040 y del 2070?, ¿algo que sirva de advertencia a aquellos que por entonces se encuentren inmersos en la tormenta de su propio presente?

O, peor, ¿terminará nuestra orgullosa y arrogante especie humana en un colapso final?

Nadie puede tener una respuesta concluyente a ninguna de estas preguntas. Pero plantearlas y advertir los grandes problemas actuales y de las generaciones futuras es, simplemente, nuestra obligación moral.

La gran revolución

Porque el pasado está hacia adelante y el futuro hacia atrás, sólo podemos ver el primero, con cierta precisión, y apenas sentir el segundo, como una brisa unas veces, como un vendaval otras. Si al menos tuviésemos un espejo para poder echar una mirada al futuro… Pero no. Al menos que ese espejo sea el pasado mismo que, al decir de Mark Twain, no se repite, pero rima.

Cada vez que alguien se detiene un instante en su marcha atrás, se levantan las voces advirtiendo de los peligros, cuando no de la inutilidad, de las predicciones que, de forma despectiva, se etiquetan como futurología.

Lo primero es cierto: es un intento peligroso. Lo segundo no: no solo es útil; también es una necesidad, si no una obligación moral.

Hoy, en 2018, estamos sentados sobre una bomba de tiempo. Mejor dicho, sobre dos, interconectadas.

La primera es la creciente, excesiva y desproporcionada acumulación de dinero y, por ende, de poder político y militar de una minoría cada vez más minoritaria, tanto a escala global como a escala nacional. Esta acumulación crecientemente desproporcionada, producto de la espiral que retroalimenta el poder del dinero con el poder político-mediático y viceversa (dinámica que produce bolas de nieve primero y avalanchas después) se agravará aún más por la automatización del trabajo. El desempleo en los países ricos, centros del control financiero, narrativo y militar, aumentará la tensión, no porque la economía del mundo rico colapse sino, quizás, por lo contrario. El creciente fascismo y las reacciones micropolíticas de la izquierda con marchas y contramarchas, serán solo síntomas violentos de un problema mayor.

La segunda bomba de tiempo, es la gravísima amenaza ecológica, producto, naturalmente, de la avaricia de esa minoría y del sistema económico basado en el consumo y el despilfarro ilimitado, en el desesperado crecimiento del PIB a cualquier costo, aun al costo de la destrucción de los recursos naturales (flora y fauna) y de sus mismos productos (automóviles, televisores y seres humanos). El desplazamiento de millones de personas debido al aumento de las aguas y los desiertos, nuevas enfermedades y el creciente costo de la tierra, acelerarán la crisis.

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Cualquiera de estas dos bombas de tiempo que estalle primero hará estallar a la otra. Entonces, veremos una catástrofe mundial sin precedentes.

La hegemonía de Estados Unidos, que se asume será pacíficamente compartida por una sociedad de conveniencia con China, muy probablemente seguirá la Trampa de Tucidides, y el evento decisivo, del conflicto y de la derrota militar de la Pax americana, será un evento de gran magnitud en el área del Pacifico Este. La marina más poderosa del mundo y de la historia, encontrará una derrota material, política y, sobre todo, simbólica. Solo la futura crisis demográfica en China (el envejecimiento de la población y las anacrónicas políticas de inmigración y la desconformidad de una generación acostumbrada al crecimiento económico) podría retrasar este acontecimiento por décadas.

El panorama, por donde se lo mire, no es alentador. Quizás de ahí el cerrado negacionismo de quienes están hoy en el poder. Ese negacionismo ciego en todas las esferas está hoy representado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y por las corrientes nacionalistas y neo racistas, precisamente cuando el problema es global. La presidencia de este país podrá ser reemplazada por un candidato de la izquierda, en el 2020 o en el 2024, pero no será suficiente para detener el desarrollo de los acontecimientos ya desencadenados. Por el contrario, será una forma de renovar la esperanza en un sistema y en un orden mundial que está llegando a su fin de forma dramática.

Si bien es necesario continuar luchando por las causas justas de las micro políticas, como los derechos de género en el uso de baños públicos (que para los individuos no tiene nada de “micro”), etc., ninguna de estas medidas y ninguna de estas luchas nos salvará de una catástrofe mayor. Cuando ya no haya tierra, agua, alimentos, leyes, cuando los individuos y los pueblos estén luchando por sobrevivir de la forma más desesperada y egoísta posible, a nadie le importarán las causas de la micro política.

Lo bueno es que, si bien el pasado no se puede cambiar de forma honesta, el futuro sí. Pero para hacerlo primero debemos tomar conciencia de la gravedad de la situación. Si realmente vamos caminando hacia atrás, rumbo hacia el abismo, el simple acto de detenerse un momento para pensar en un cambio de rumbo, parece lo más razonable.

(‘) Antes, hace algunas semanas, publicamos unas breves reflexiones sobre   La gran crisis del Siglo XXI, que hoy incluimos dentro de este valioso aporte analítico entregado por “Other News” desde Roma y que se refiere a la gran crisis del planeta Tierra. Un problema menor es que nos acusen de dramáticos, grandilocuentes y apocalípticos. Todo eso es irrelevante, olvidable. A riesgo de equivocarnos, como todos, como en todo, nuestra obligación es la de aportar alguna mirada general sobre los problemas más importantes que pueden afectar a la humanidad en el tiempo presente y en los tiempos por venir, aunque para entonces ya no estaremos caminando sobre este hermoso planeta ni estaremos disfrutando de ese maravilloso y tan desvalorado milagro de estar vivo.

(**) Escritor uruguayo estadounidense, autor de Crisis y otras novelas