Por Martín Poblete

El derecho del ciudadano a portar armas es parte de la cultura americana, se lo asocia a la gran expansión al oeste a partir de los 1830′, particularmente durante el período inmediatamente posterior a la Guerra Civil. La ocupación de esos vastos territorios en poco mas de medio siglo, dio lugar a todo un estilo literario y periodístico, con el resultado de hacer del hombre armado una figura de leyenda, «the lone ranger», capaz por sí solo de resolver las situaciones mas complicadas; valga decirlo, las armas de la época eran de naturaleza esencialmente defensiva, de corto alcance, los revólveres de calibre .44 y .45 solo podían usarlos con eficacia hombres de adecuada estatura, peso y masa muscular; el rifle de repetición llegó en el último cuarto del Siglo XIX, siendo monopolizado por las policías locales, rurales, de los Estados. Las armas de guerra eran de uso exclusivo del Ejército y la Marina, su tenencia y uso por particulares severamente penada por la Ley.
En el curso de la expansión al Oeste, la literatura, también el periodismo, destacó varias figuras históricas en ambos lados de la Ley, haciendo de tales personas individuos de rasgos aventureros, audaces, épicos, míticos. Destacaron las publicaciones sobre el legendario Sheriff de Dodge City, «Bat» Masterson,, su alterno Wyatt Earp quien tendría fama en derecho propio en las regiones del sur oeste; el Texas Ranger Pat Garrett; por cierto los «fuera de la ley/outlaws», Wild Bill Hicock y su amante «Calamity» Jane, pistoleros tahúres como Jon «Doc» Holiday, el cuatrero Ike Clayton, los bandoleros Frank y Jesse James, y el mas famoso de todos William «Billy de Kid» Cody. En la primera mitad del Siglo XX, ese legado fue tomado y expandido por el cine, luego por la televisión; hasta ahí, nada parecía fuera de lugar.
A comienzos del gobierno del Presidente Richard Nixon, varias organizaciones de sesgos conservadores, tradicionalistas, encabezadas por The National Rifle Association, iniciaron una ofensiva destinada a permitir el acceso de los ciudadanos al mercado de armas de características paramilitares, tomando por base en su argumento el histórico derecho de los ciudadanos a portar armas; el bien articulado empuje inicial, trabajado por gestores profesionales -«lobbysts»- fue abriendo espacios; hacia mediados de la década de los 1970, armeros en las estados del Sur y del Medio Oeste habían comenzado a ofrecer armas semi-automáticas. Los primeros en reclamar fueron las policías locales y de los estados, pero intelectuales y políticos fallaron en captar las proyecciones de permitir la compra por particulares de armamentos hasta entonces considerados exclusivos de las Fuerzas Armadas. Varios intentos por regular este comercio, especialmente en los gobiernos de los Presidentes George H.W. Bush y Bill Clinton, fracasaron. Solamente regulaciones draconianas, acompañadas de la voluntad política de hacer cumplir las leyes, podrán poner fin al acceso de particulares a las armas de guerra, y a la seguidilla de crímenes cometidos mediante su uso por individuos que nunca debieron tener la posibilidad de comprarlas.