Por Martín Poblete

Pasará un buen tiempo, seguirán las discusiones sobre la presencia del Papa Francisco en Chile, del impacto de su persona y su mensaje en la sociedad; también, muy significativamente, en la Iglesia toda, jerarquía, clero, feligreses.   Francisco encontró una Iglesia diferente a la fuerza religiosa, social, de la segunda mitad del Siglo XX; estos no son los tiempos del apostolado sencillo directo del Cardenal José María Caro, del formidable liderazgo del  Cardenal Raúl Silva Henríquez, de la conducción de un pastor naturalmente bondadoso como el Cardenal Juan Francisco Fresno,  de la prestancia intelectual del Cardenal Carlos Oviedo Cavada.    En el Siglo XXI se pasó drásticamente a la conducción inocua, carente de liderazgo, casi tecnocrática del Cardenal Errázuriz secundado por obispos de similares rasgos, mientras la previa brillante generación iba pasando por muerte o  retiro, sin advertirse sucesores de similar calibre.
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En las peores circunstancias imaginables, explotó con matices de verdadero escándalo, la cuestión de los abusos cometidos por sacerdotes homosexuales y algunos pedófilos,  llegando a incluir miembros de varias Órdenes religiosas.    De todos esos incidentes, ninguno  tuvo la dimensión y perfiles de lo sucedido en torno al sacerdote Fernando Karadima Fariña, quien había construido un verdadero feudo en su parroquia, practicado en el curso de los años sucesivos actos de abuso y exceso con sus feligreses adolescentes, usadc el dinero de Pedro para especular en el mercado inmobiliario; la corrupción moral nunca es parcial ni restringida, tiende a ser total.  Enfrentado a esta situación, el Cardenal Errázuriz fue negligente, en la percepción pública dicha negligencia fue apreciada muy cerca del encubrimiento,  demoró por años la designación  de funcionaros eclesiásticos encargados de investigar denuncias, terminó por entregar al sucesor  un asunto en grado sumo delicado sin resolverlo.
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De las consecuencias ligadas al escándalo Karadima, ninguna tiene el perfil de la situación desarrollada en torno al Obispo Juan Barros Madrid.   A propuesta del Nuncio Ivo Scupolo, apoyada en consultas con miembros de la  Jerarquía local, el Obispo Barros fue trasladado de la Vicaría Castrense a la Diócesis de Osorno, elevando su perfil eclesiástico y público al ponerlo al frente de una diócesis.    De inmediato surgieron cuestionamientos a esta designación tanto en Santiago como en Osorno, se acusó al Obispo Barros de haber sido testigo de los abusos de Fernando Karadima,  se lo vinculó a encubrimiento de dichos abusos; se  dijo que cuando era secretario del Cardenal Juan Francisco Fresno, el entonces sacerdote Barros habría pasado al archivo arzobispal cartas denunciando los abusos cometidos por  Karadima, privando al Arzobispo de conocer oportunamente las denuncias.   La presencia del Obispo Barros en las misas papales  reactivó los serios cuestionamientos a su persona; el Papa Francisco, asumiendo los costos cualesquiera pudieran ser, concedió su apoyo al Obispo Barros.   Este asunto no terminará con la visita papal, seguirá por el futuro previsible; los señores Cruz, Hamilton y Murillo continuarán ejerciendo su derecho a todas las acciones jurídicas y públicas estimadas convenientes.   El «affaire» Barros es un carro con ruedas propias.
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La proyección pública de la visita de Francisco está en sus Homilías en las misas celebradas en Santiago, Parque O’Higgins; Temuco, aeródromo Maquehue; Iquique, Playa Lobito.   En todas ellas, el Papa ofreció su particular enfoque enraizado en su condición de argentino, peronista  en el sentido del movimiento político-social fundado por Juan Domingo Perón a mediados de los 1940, en ese marco de referencia Francisco se refirió a los migrantes, los llamados pueblos originarios, los pobres; sostuvo encuentros considerados de alto contenido con reclusas en un centro penitenciario, y con la Pastoral Juvenil en el Templo Votivo de Maipú.
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En la Pontificia Universidad Católica, tomando su línea de la Encíclica Ex Corde Ecclesia / Desde el Corazón de la Iglesia, del Gran Papa Juan Pablo II, Francisco empezó por enfatizar el deber de toda universidad católica en defender y proyectar su identidad, en ese contexto entregó su apoyo a la gestión del Rector, Profesor Ignacio Sánchez Díaz.  Luego, llamó a generar procesos educacionales inclusivos, transformadores, capaces de promover intelectualidad participativa; pidió enseñar con formas renovadas de razonar, pensar de manera imaginativa, entregar academia  integradora y comunitaria.   Centrando  su discurso en la PUC, Francisco destacó su misión de participar en construir el  Estado-Nación, hacerlo con actitud heroica y profética, en un futuro en el cual el  Estado se verá cercado por las fuerzas de la tecnocracia global y el desarrollo científico-tecnológico; esta misión profética exigirá crear nuevos espacios de diálogo, de encuentro antes que de división, buscando aceptarnos mutuamente las diferencias.
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Terminada la visita Papal, la Iglesia chilena deberá intentar construir a partir del mensaje dejado por Francisco.   Tiene a su favor el trabajo de su feligresía en las parroquias, en evidencia con la masiva convocatoria a las misas papales en Santiago  y Temuco; y la extraordinaria vitalidad de la religiosidad popular católica chilena.    Los obispos deberán volver a las raíces en la Doctrina Social de la Iglesia, el legado del Concilio Vaticano II, y la tradición de los obispos chilenos en la segunda mitad del siglo pasado.