Por Walter Krohne

Director-Editor de Kradiario

Lo que ocurrió ayer en Chile fue una derrota contundente para todo aquel o institución que se dice o se identifica como progresista o el progresismo. Esto se acabó, al menos por los próximos cuatro años. Surge ahora un país donde el punto central será el crecimiento y  la vigencia a fondo de la economía de mercado. Lo social y las cuestiones beneficiosas para las clases medias y los más desprotegidas  han quedado a mitad de camino, lo que significa igualmente una derrota profunda para la presidenta y líder socialista y del progresismo Michelle Bachelet.

Con Piñera en el poder no va a pasar mucho, es decir aparte de lo que ya conocemos de él. Chile no tiene tanta riqueza para poder financiar programas caros. Quizá la seguridad mejore un poco y se abran caminos para crear nuevos empleos, aunque no se sabe de qué nivel de calidad. Y en el sector comercial y financiero estarán felices, aunque tampoco se hayan entendido muy bien con él en el pasado.

Sin embargo, este hecho histórico de ayer no es nuevo en Chile, porque la verdad es que este es un país donde desde hace años o desde la dictadura, ha estado inclinado más hacia la derecha económica o a la centro derecha para suavizar el nombre de esta orientación ideológica y política que aunque nadie lo entienda mucho estuvo también infiltrada en la antigua Concertación como también en la Nueva Mayoría, aunque en esta última en forma muy «asolapada».

Todo lo que haya ocurrido y ocurra con el progresismo no son espacios reales o idóneos existentes en Chile  sino que han sido los mismos llamados progresistas que se los han tomado porque se los permitió un gobierno débil  para suavizar el efecto de  las marchas callejeras que destruyeron algunos puntos del centro de Santiago y con un liderazgo complejo que le abrió las puertas y las esperanzas a los dirigentes progresistas de  llegar a manejar algún día  los hilos del poder, aunque no tengan aún una idea clara de cómo enfrentar los problemas políticos y sociales en Chile.

Alejandro Guillier creyó que con frases como “les meteremos la mano en el bolsillo a quienes concentran el ingreso, para que ayuden a hacer Patria alguna vez” o cerrando actos políticos con la emblemática frase del  “Che” Guevara “hasta la victoria siempre”, iba a convencer a la izquierda o al Frente Amplio para que lo apoyaran. Una gran parte de este sector simplemente no fue a votar y se fue a la playa o al campo (49% de abstención). Es que Guillier, muy mal aconsejado cometió un error detrás del otro, errores garrafales por falta de experiencia política, pero también por ignorancia, que con gusto los acogía la derecha con su abanderado para pisotearlo en el suelo como si fuera una cucaracha.

Tenía siempre la mala idea de afirmar que él no era político, olvidándose que era senador por Antofagasta y que era candidato independiente apoyado por los partidos Socialista, Comunista, Radical y PPD entre otros. El público se preguntaba “bueno, ¿qué pasa con este señor?. Dice que no es político, pero es candidato presidencial”. No se comprendía su idea ni tampoco el motivo del porqué él recurría a esta mala estrategia.

La influencia del Partido Comunista terminó por envenenar finalmente a Guillier  al lanzarse en contra de los poderosos  como Andrónico Luksic sin tener ninguna necesidad de hacerlo y lo único que logró fue una respuesta arrolladora del mismo empresario: Senador, lo que no hace patria es generar odio, lucha de clases y división. Si quiere plantear un nuevo impuesto, hágalo sin incitar al odio entre los chilenos. Nadie, y menos con fines electorales, puede jugar con el amor que todos tenemos por nuestra patria”.

Lo mismo le dijo el ex presidente uruguayo Pepe Mujica (ex guerrillero), que Guiller  invitó especialmente a su cierre de campaña: “cuiden la convivencia, aprendan a tolerarse, luchen por tolerarse. No hay perfecto, lo que viene no es el paraíso ni el infierno en la escalera de la vida por la que hay que luchar para subir escalones, de a poquito”.

“El eterno problema de la cara progresista es la unidad, y el eterno peligro y el eterno flagelo, por eso quiéranse un poco más y sepan lo que está en juego, el tiempo lo dirá», agregó Mujica.

Quizá el más grave problema de Guillier fue haber desoído al centro de la política chilena que es donde hubiese encontrado los votos para derrotar a Piñera. Una buena convivencia con una democracia cristiana nueva fuerte y renovada le hubiese servido para convertirlo en Presidente y no un Partido Comunista trasnochado que él escogió. Pero ya es demasiado tarde, una pena para él y sus seguidores.