La primera vuelta dejó en evidencia cuatro fenómenos sociopolíticos y electorales que recomponen un escenario político, a la vez preocupante y esperanzador, y que los analistas y  líderes, y para que decir los  encuestadores, no supieron leer previamente en su magnitud, complejidad, desarrollo y consecuencias.

Se trata de la “sorpresa” política más que estadística del Frente Amplio, de la aparición de una fuerza política de derecha que une a los sectores liberales y conservadores de ese sector, de la derrota política de las aspiraciones presidenciales de la Democracia Cristiana y el fracaso de su pretensión hegemónica en la centroizquierda y de la mantención como una alarmante expresión ciudadana de la abstención.

Nos ocuparemos por ahora, por su orden de importancia en la actual coyuntura, pero también en la configuración de un nuevo escenario político del sector progresista y en la conformación del próximo parlamento, del surgimiento como una alternativa política, social y electoral, del Frente Amplio, que pareciera haber tomado de sorpresa, no solo al establishment partidista, sino incluso a sus propios protagonistas.

Surgido aparentemente de los movimientos políticos estudiantiles – dada  el origen de sus primeras figuras- se consolidó como una opción política que interpretó demandas, aspiraciones, rencores, sentimientos, frustraciones de un sector más amplio de la ciudadanía, expresada por los electores que los convirtieron, prácticamente en meses, en una fuerza política y parlamentaria determinante del país.

Con 1.336 mil 622 votos recibidos por Beatriz Sánchez (solo 159.938 menos que Alejandro Guillier, que registró 1.496.560 preferencias), 20 diputados, un senador, una popularidad personal innegable de su líder (Bea tuvo un 38.1 por ciento de votación más que su bloque) han instalado en el escenario político nacional el concepto teórico y práctico de “frenteamplistas”.

Un componente no solo emocional, sino también ético, es su rechazo a las formas tradicionales de hacer política, a la política de cúpula, al alejamiento oligárquico de sus dirigencias, a una metodología antidemocrático y caudillista en sus funcionamientos internos, a un centralismo que les hace desconocer los intereses, sentimientos y reclamos de sus bases, y que ha hecho insensible a las expresiones políticas de los ciudadanos.

Los ciudadanos creyeron en que estos jóvenes, nuevos políticos, sintonizaban con sus demandas de educación gratuita y de calidad, de pensiones, viviendas y salud digna, pensiones, progreso y futuros promisores, condiciones  de bienestar y de seguridad social, que las generaciones anteriores no supieron o no pudieron garantizar.

Puede que su discurso tome conceptos, frases, modos de expresión reconocibles en ciertos momentos estelares de la izquierda chilena- esa que  llaman “tradicional” y que las consignas recojan demandas permanentes  de justicia e igualdad social, de derechos democráticos y de bienestar, derechos de los pueblos originarios, de las minorías sexuales, del medioambiente y una larga lista de progresos sociales, económicos y culturales que se han ido logrando, construyendo en los tiempos de la gestión política anterior, que han ido madurando en un proceso histórico.

No se puede predecir el futuro. La adhesión mostrada en los escrutinios no necesariamente es un cheque en blanco, y dependerá de las conductas, de adecuadas estrategias y prácticas en el escenario político complejo que se perfila para el futuro próximo y mediato. El Frente Amplio es un colectivo más que un partido, es un movimiento en marcha más que una fuerza consolidada política, ideológica y orgánicamente, y en lo que residió la fuerza del triunfo del 19 de noviembre está encerrada además un nudo de contradicciones y liderazgos.

Deberá resistir las tentaciones populistas y mesiánicas como el pecado de la altanería y la soberbia.

Pero no se puede negar que estas nuevas generaciones políticas como las  acogidas bajo el alero de este nuevo protagonista colectivo político y social- el Frente Amplio-, aportan frescura, originalidad, un nuevo lenguaje, una nueva práctica política, pero sobre todo una nueva épica, apuestas por una conducta ética, una pretensión de superioridad moral, sueños de futuro.

Lo cierto es que el Frente Amplio con todos sus componentes- variados, disimiles,  contradictorios, impacientes a veces, con todas las respuestas a su disposición, un lenguaje a veces altanero- es una coalición en proceso de maduración política, que puede cometer errores, puede sufrir retrocesos, reagrupamientos, pero que tienen una razón  histórica y política en su surgimiento.

Todos debemos entender, ellos también, que no se trata de un movimiento generacional, cuya razón de ser sería la de “matar al padre”. Este concepto psicoanalítico no cabe en un fenómeno político y social tan complejo.

Son una consecuencia en un escenario surgido de una historia,  y una respuesta de la sociedad, en particular de su sector que hoy son jóvenes, a una derrota sufrida por quienes los antecedieron en la protesta, la demanda, las utopías y la lucha social, los avances y experiencias de los 60 y años 70. Y antes incluso, en el surgimiento del movimiento social y  popular chileno de los años 20 y 30 del siglo  pasado..

No nacen de la nada, Y esa es una primera lección que deben comprender y asumir.

Pero el concepto de que son una generación de recambio, también deben comprenderlo los de la generación derrotada en los 70. Y por ello la mejor opción, sin abandonar sus banderas, lealtades y comprensión de la historia, es apoyarles, no obstaculizar su desarrollo, su proceso de maduración social, aportarles experiencias y aprendizajes.

Unos y otros deben reconocer que sus orígenes tienen raíces en  Luis Emilio Recabarren (1876-1924), padre del movimiento obrero chileno y más atrás aún en la historia, en Francisco Bilbao (1823-1865 ) liberal, revolucionario, antiimperialista e internacionalista. Y aún antes en los revolucionarios de la lucha por la independencia anticolonial.

El desarrollo social y político de Chile tiene antecedentes también en la época de la llamada República Socialista de Grove, de los gobiernos del Frente Popular, de la “Revolución en Libertad” de Eduardo Frei y Radomiro Tomic, y por supuesto por el despertar revolucionario del Gobierno de la Unidad Popular y el presidente Salvador Allende.

Hay que entender que los procesos y los proyectos políticos tienen fundamentos históricos, protagonismos sociales, raíces ideológica, épicas  en diversos momentos de la vida de los países, de los movimientos y dirigentes, de que hay un vínculo entre los procesos sociales que maduran y los líderes que los encarnan, encausan y protagonizan, que saben leer las realidades y determinar sus cursos de acción y se atreven a liderar y representar la voluntad del pueblo.

Pero el concepto de que son una generación de recambio, también deben asumirlo los de la generación  que sufrió más directamente la represión pinochetista y el reflujo político y social de esos oscuros años de la historia de Chile. Y por ello la mejor opción es, sin abandonar sus banderas, lealtades y comprensión de la historia, es apoyarles, no obstaculizar su desarrollo, su proceso de maduración social, aportarles experiencias y aprendizajes.

Cada quien es consecuencia de su circunstancia histórica y de los que escribieron otras páginas de lucha en los periodos anteriores y reciben la misión de nuevos desafíos y las nuevas tareas que se ponen a la orden del día.

Chile hoy se enfrenta a definiciones cruciales. Y todos quienes asumen posiciones progresistas, en cualquiera de sus facetas, como lo hemos aprendido después de transitar por las visiones mesiánicas, los sectarismos y la irresponsabilidad, las exclusiones  y los prejuicios decimonónicos, deben tomar partido por la defensa y profundización de la democracia, por las reformas que la historia ha puesto en la palestra los ideales de libertad, justicia y progreso.