La columna del Periodista Fernández
El escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez contó cierta vez como descubrió el valor de la palabra, cuando sólo tenía 12 años. Ese descubrimiento fue determinante para despertar su vocación y obtener en 1982 el Premio Nobel de Literatura. La anécdota, en palabras del escritor, es la siguiente:
“A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: «¡Cuidado!» El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?» Ese día lo supe”.
El autor de “Cien años de soledad” evocó esta escena de su infancia en abril de 1987, al inaugurar el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española en Zacatecas, México. Allí afirmó además que “nunca como hoy ha sido tan grande ese poder” de las palabras, porque “no es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas”.
Sin embargo vivimos rodeados de personajes que no utilizan en forma precisa y correcta el vocabulario que heredamos de España hace más de cinco siglos. Y aunque la imagen no desplace la influencia de las palabras, es la televisión la que nos entrega diarios ejemplos del mal uso del vocabulario. Esta semana, una reportera de Chilevisión informaba sobre el asalto de delincuentes a una casa de Las Condes donde sólo se hallaba la empleada o asesora del hogar, porque los demás residentes estaban fuera de Santiago, de vacaciones.
– Afortunadamente fue la asesora del hogar la que pasó este susto –informó la periodista, en un descuido del lenguaje que bien puede interpretarse como un reflejo clasista.
En las entrevistas de la televisión, cuando estamos a un mes de la elección presidencial, es alarmante la vulgaridad con que interrogan a los candidatos algunos entrevistadores que pretenden convertirse en los protagonistas de la campaña electoral.
Por eso el ex diputado Marco Enríquez exigió “respeto” cuando el periodista Fernando Paulsen lo calificó con un chilenismo obsceno, más propio de una taberna que de un estudio de televisión. Paulsen le ofreció disculpas y el asunto quedó ahí. El mismo respeto demandó la candidata Carolina Goic cuando el sociólogo Fernando Villegas la comparó con la Virgen de Lourdes, en la última edición de “Tolerancia Cero” el domingo pasado.
– ¿Sabe qué señor Villegas? Primero, yo soy católica y me molesta cuando se habla de la Virgen de Lourdes en esos términos -protestó la entrevistada.
– Pero es una gran virgen –replicó el sociólogo, tratando de borrar su exabrupto con un toque de discutible humor.
– Yo le voy a pedir en eso respeto. Podemos tener diferencias pero le pido respeto –insistió ella.
– No se martirice –aconsejó Villegas.
– No me martirizo, lo que pido es respeto donde, además, la gente nos está viendo y espera que tengamos un debate con altura –reiteró la candidata, sin perder su serenidad.
– No se victimice. Pero si no hemos insultado a la Virgen de Lourdes. La Virgen del Carmen entonces –respondió Villegas, sin prodigar el respeto que pedía su entrevistada.
No es la primera vez que el sociólogo recurre a la vulgaridad, con el uso de términos groseros o frases despectivas. Así ocurrió cuando le dijo a Carmen Gloria Quintana que ya “pasó la vieja” y no es posible aplicar castigo por todos los crímenes que cometió la dictadura de Augusto Pinochet.
Tan violenta actitud en el manejo de las palabras contrasta con el correcto uso del idioma que aplican los inmigrantes de naciones como Perú, Colombia o Venezuela. Ellos, como los haitianos, se sorprenden al ver tanta chabacanería. ¿Por qué al carabinero le decimos “paco” y al detective “rati”? ¿Por qué el billete de mil pesos es una “luca”, los cien pesos son una “gamba” y el millón de pesos es un “palo”? Es así porque son palabras que llegaron de los bajos fondos donde operan los delincuentes y traficantes de drogas. Ellos han ido invadiendo nuestra manera de hablar, de la misma forma como los bárbaros invadieron Roma antes de la caída del Imperio.
En el extremo opuesto aparece el lenguaje de los “cuicos” dominado por anglicismos, importados de la cultura norteamericana. Basta ver o escuchar mensajes de la publicidad que nos invita a sumarnos al “power” de los emprendedores o adquirir un curso “be learning” a través de un sistema «on line».
Para muestra, un botón final:
Elisa Espínoza es una cantante de 25 años que practica el oficio de poner música grabada en fiestas juveniles. Es una “D.J.” y su nombre artístico es “DJ Lizz”. Hoy hace noticia al implantarse un pequeño cristal en su dentadura para tener una sonrisa brillante. En una entrevista con “Las Ültimas Noticias” explicó la razón de su audaz gesto:
“Es una manera de customizar la forma en que te ves… y es cool”, dijo la joven artista.
Si usted ha comprendido la explicación, es alguien que marcha de acuerdo con los nuevos tiempos… de la cultura.