La Presidenta Michelle Bachellet no solamente se está quedando sin legado sino también con un gobierno prácticamente terminado. Pasará a la historia, sin duda alguna, como una Presidenta con muy buenas intenciones pero sin ninguna capacidad de liderazgo y de conducir las reformas en una dirección normalmente correcta y no en el desastre con que está terminando todo su “programa”.
Sus palabras en Curicó no fueron frases para el bronce, como dicen algunos de sus partidarios, sino una “apuñalada” por la espalda a su leal ministro Rodrigo Valdés, a través de quien quiso explicar “la cocina” que operó por razones exclusivamente políticas y no ambientales frente al rechazo del proyecto Dominga.
Valdés se sintió traicionado con todo esto, lo mismo que el ministro de economía Luis Felipe Céspedes y el subsecretario de la misma cartera Alejandro Micco. Todos estaban por administrar un país con crecimiento, porque se requiere mucho dinero para financiar las reformas sociales, educacionales y políticas de la Presidenta.
Pero nadie en el Gobierno o entre los que van quedando a estas horas del partido, se ha preocupado por el país y los chilenos que perderían ingresos importantes y muchos, pero muchos puestos de trabajo, especialmente en una Región y Comuna llenas de problemas económicos y sociales, especialmente la comuna de La Higuera.
El tema es siempre el mismo: Crecimiento permanente o medio ambiente permanente, pero ¿por qué no combinar ambos sin destruir la posibilidad de buenos negocios para Chile? Hay que pensar que hace décadas que Chile no ha diversificado sus exportaciones, siempre lo mismo: cobre, madera, celulosa, productos verdes (fruta y hortalizas), vino y pare de contar.
Así no vamos a llegar muy lejos. Pero el gobierno promete educación gratuita, un aumento de las jubilaciones y aumentó el número de parlamentarios en más de cincuenta, pero plata tiene muy poca, y ojalá que no baje el precio del cobre. Frente a todo esto están, por ejemplo, el Sename y la salud de las personas que reciben muy poquito.
Por estos rechazos casi inexplicables desde la posición de “una estadista”, agitados por los grupos de interés e ideológicos, el país tiene una serie de problemas fundamentales como son de agua de riego y potable y de energía en general. Ya vimos este año que dos fuertes lluvias nos dejaron por semanas sin luz, sin agua y sin teléfono en una capital que está compitiendo, no se sabe con qué cara, con ciudades capitales de los países de la OCDE, la institución con la que se “cachiporrean” quienes están en el poder y los políticos chilenos en general.
El problema es que el rechazo de Dominga en el Comité de Ministros fue un “nuevo arreglín político” entre socialistas, donde estuvieron involucrados junto a la Presidenta, el círculo más cerrado de poder del segundo piso junto a otros ministros y subsecretarios, especialmente la jefa del Gabinete de Bachelet, Ana Lya Uriarte, y el jefe de contenidos Pedro Güell.
Las relaciones entre Valdés y Ana Lya no eran malas sino “súper pésimas” (como dice mi nieta Milenka de tres años). Y como buena socialista, fuertemente ideologizada y conocedora del tema (fue ministra del Medio Ambiente en el primer Gobierno de Bachelet) estaba más que en su salsa y es como “una jefa de segundo grado o teórica” del ministro del medio ambiente Marcelo Mena Carrasco, a quien se lo recomendó a Bachelet para que lo nombrara ministro.
El tema es que quienes manejan realmente los hilos de La Moneda (especialmente el segundo piso) no les gusta que este proyecto haya sido conducido años antes por el consorcio Penta, que hizo aportes electorales a políticos especialmente de la derecha, pero también de la izquierda, o que haya intervenido allí con inversiones la familia del ex Presidente y actual candidato de Chile Vamos (derecha pura) Sebastián Piñera Echenique. No hay que olvidarse que estamos en periodo de elecciones. Ahora se dice también que otro “obstáculo” podría haber sido un número no determinado de parcelas de propiedad de la familia Bachelet en la comuna de La Higuera, algunas compradas por su nuera Natalia Compagnon, la misma del caso Caval, y que dos de ellas se las habría vendido a la Presidenta a un precio mayor (con ganancias) del que las habría comprado.
Los pingüinos, que para los medioambientalistas había que proteger “no se dieron ni cuenta” del desbarajuste que con o por ellos se estaba armando, porque la verdad es que viven apaciblemente en un islote a una distancia de más de 40 kilómetros del lugar del proyecto Dominga. Es decir no influye para nada su existencia.
Lo peor de todo es que la Presidenta que busca legados para la historia, su historia personal, se está hundiendo por culpa de ella misma más y más.
Con el cambio de ministros no se va a favorecer tampoco su “idea” del medio ambiente, en primer lugar, y el crecimiento en segundo lugar. Eso no va a ser así, especialmente tras las primeras declaraciones de los nuevos secretarios de Estado. Mientras el nuevo de Hacienda Nicolás Eyzaguirre, que tiene su imagen por el suelo tras mostrar despreocupación e ineficiencia en el desempeño de sus cargos anteriores como ministro de Educación y de la Presidencia, ha dicho que en lo poco que falta de este gobierno se dedicará a trabajar por el crecimiento, crecimiento y más crecimiento.
Por su parte, el nuevo ministro de economía, Jorge Rodríguez Grossi, dijo que seguiría el plan económico de su antecesor, sin cambiarle ni una coma, con el mismo ímpetu marcado en el crecimiento y sobre Dominga opinó: “Si es rentable, no veo en que se haga responsablemente. El recurso (de cobre) está allí, bajo tierra, se debe aprovechar”.
¿Para qué sirvió entonces este cacareo unútil convertido en crisis casi terminal de la nueva teleserie del Gobierno Socialista?