El liderazgo de Donald Trump fue pisoteado mundialmente y con razón, salvo por los nazis y ultraextremistas de derecha de los cuales hay, y a veces abundan, en todos los países del mundo. Al referirse una y otra vez a la violencia en Charlottesville, en Virginia, el miedo cundió y corrió tan rápidamente como un reguero de pólvora, porque el mandatario estadounidense mostró una clara simpatía por el Ku Klux Klan organización fachista y racista que apoyó su campaña presidencial.
Su declaración de que hay “culpa en ambas partes” por lo que pasó, es como decir que las dos partes son igual de malas, los que están o estuvieron con la esclavitud de los negros o sus contrarios que condenan esta horrorosa historia de miedo y terror que todavía está activa en la mente de algunos grupos de estadounidenses.
The Economist, que se publica en Londres y apareció el sábado, publica en la portada, en un fondo de color rojo, a un Trump gritando con un megáfono que asemeja una capucha del Ku Klux Klan, definiéndolo «políticamente inepto, moralmente estéril y temperamentalmente impropio para el cargo».
Pero, como Trump pareciera que no se da cuenta de las barbaridades que dice, en vez de condenar al Ku Klux Klan, fue durante la semana pasada cada vez más tibio, especialmente cuando dijo que “había gente mala en un lado y también muy violenta en el otro”. En la misma línea, aseguró que “había gente muy buena en ambos lados”.
No cabe la menor duda, que está muy lejos de las definiciones que debe hacer un líder mundial en el siglo XXI. Es como decir entre “los yihadistas que hay también buenos y malos”.
“Gracias Presidente por su sinceridad”, le agradeció uno de los que marcharon en Charlottesville, David Duke, exlíder del Ku Klux Klan.
Los grupos de ultraderecha se manifestaron con antorchas para protestar por la retirada de una estatua de Robert E. Lee, general del Ejército Confederado durante la Guerra Civil. Lee fue quien rindió las tropas sudistas ante el general Ulysses S. Grant en 1865, poniendo fin así a la Guerra de Secesión.
“George Washington era dueños de esclavos, ¿vamos a retirar sus estatuas?”, preguntó Trump a los periodistas. “Entonces quitemos también la de Jefferson la semana siguiente”, continuó.
Pero Trump intentó esquivar el tema, especialmente ante la prensa, con el saldo de una mujer muerta y otras 19 personas heridas tras ser embestidas por un vehículo en Charlottesville, en medio de las protestas. Sin embargo, al parecer no sabía, que el auto iba conducido por un joven neonazi y era parte también de la marcha fanática de ultraderechistas e igualmente responsable de los disturbios.
Lo que pasa es que los únicos enamorados de su política violentista y nacionalista del presidente son los denominados “alt right” (o derecha alternativa o extrema). Cuando se le pregunta al Presidente sobre este apoyo el responde preguntando “¿Y qué hay de la alt-left (izquierda alternativa)?” sin negar el apoyo que él tiene por el Ku Klux Klan (es el nombre adoptado por varias organizaciones de extrema derecha en EE UU, creadas en el siglo XIX, inmediatamente después de la Guerra de Secesión, y que promueven principalmente el racismo, así como la supremacía de la raza blanca, la homofobia, el antisemitismo, la xenofobia y el anticomunismo).
Todo esto explica del por qué se vio obligado a despedir a Stephen Kevin el viernes pasado, quien es periodista y publicista de 64 años y conocido agitador de extrema derecha, quien hasta el viernes ocupaba el cargo de jefe de estrategias de la Casa Blanca. No le quedó otro camino a Trump que apartarse de “otra de sus malas compañías”.
La ola de rechazo avanzó durante toda la última semana. El senador republicano de Florida Marco Rubio le dijo por twitter: “Señor presidente, no puede permitir que los supremacistas blancos compartan solo parte de la culpa. Ellos apoyan una idea que causa mucho daño a la nación y al mundo” y el presidente de la Cámara, Paul Ryan, añadió: “Debemos ser claros. La supremacía blanca es repulsiva. La intolerancia va en contra de todo lo que defiende este país. No puede haber ambigüedad”.
“No puedo sentarme en un consejo para un presidente que tolera el fascismo y el terrorismo doméstico”, señaló por su parte elpresidente de la AFL-CIO, Richard L. Trumka.
No hay ninguna diferencia entre el que actúa y el que mira para otro lado, o dice que no es para tanto
Donald Trump fue señalado como simpatizante de neonazis y supremacistas blancos, lo que provocó fisuras entre sus aliados políticos y empresariales y, tal vez, la peor crisis de su aún joven presidencia.
La cúpula política y empresarial del país y casi todo el abanico ideológico de líderes de opinión, que incluye reconocidos conservadores, calificaron de inaceptables las declaraciones de Trump.
Nunca antes un presidente había endosado, o menos justificado, a elementos de la ultraderecha racista en tiempos modernos. Diversas fuentes opuestas a Trump han recordado que parte fundamental de la historia oficial de EE UU es su triunfo en la guerra contra Hitler, aunque en realidad fueron los rusos los primeros en ocupar el centro del poder hitleriano en el bunker de Berlín.
Trump es criticado fuertemente por atreverse a decir, en esencia, que no todos los que marchan junto a los símbolos y banderas nazis son necesariamente malos, y que son igual de malos los de la izquierda. Afirmar tal cosa había sido, hasta ahora, impensable. Los únicos que lo aplaudieron fueron líderes neonazis, nacionalistas blancos y líderes del KKK.
Melvin Marks, veterano de la Segunda Guerra Mundial, de 93 años de edad, condecorado por su lucha contra los nazis, comentó al Washington Post que Trump acaba de pisotear las tumbas de los 400 mil soldados estadounidenses que murieron en esa guerra contra Hitler.
El ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, escribió tres mensajes para pronunciarse sobre los disturbios entre supremacistas blancos y opositores que ocurrieron en Charlottesville, utilizando el twitter que es la herramienta de comunicación predilecta de Trump. “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel o sus orígenes o su religión”, fue el mensaje del ex Mandatario que tuvo casi tres millones de “Me gusta”.
Pero la reacción de Trump no se limita solamente a criticas y declaraciones, sino a hechos con consecuencias concretas, porque tocó una fibra sensible que puede llegar a afectar incluso al futuro de Janet Yellen al frente de la Reserva Federal. Esto por dos motivos. Hay voces que le piden ya abiertamente que renuncie a un segundo mandato si se lo ofrece el presidente (lo que parecía raro porque Trump en campaña acusó a Yellen de orquestar una política monetaria que beneficiaba a los demócratas). Sin embargo, su retórica, fuera de toda lógica política, puso también en una posición delicada a Gary Cohn, ex ejecutivo de Goldman Sachs, el principal asesor económico presidencial y potencial aspirante a relevar a Yellen en la Reserva Federal.