Por Hugo Latorre Fuenzalida

Francia puso las cosas en su lugar. Lo que el Reino Unido intenta desarmar, lo restituye Francia. Los primeros votan por abandonar la Unión Europea, el mismo discurso de la extrema derecha en Francia, motivados en Inglaterra por la decadencia y el abandono en que han quedado una clase industrial que la economía globalizada despreció a cambio de las competencias financieras. La clase media se ve afectada por la llegada de migraciones de bajo costo como mano de obra, lo que genera una competencia no deseada. Pero la concentración excesiva del ingreso, propio de las economías financieras, también dejan resentidos contra la globalización a las capas intermedias y trabajadoras que viven de la economía productiva.

En Estados Unidos, con Trump ha pasado algo similar. Los sectores que han sido despojadas por la crisis financiera, culpan a la clase política,  cercanamente aliada a Walls Street, de sus males y deciden apoyar a alguien de fuera, que promete generar una especie de política neokeynesiana, pero mezclada con un neoliberalismo tributario, una fórmula algo explosiva: más actividad del Estado pero con menos impuestos. Parecido a lo que una vez ensayó Reagan, pero en vez de inversión pública e industrialización productiva, Reagan  incrementó sólo el gasto militar, mientras que Trump busca inversión en infraestructura. Claro que ambos coincidirán en  abonar un déficit estructural tremendamente abultado.

El hecho es que hay, en el caso del Reino Unido y de EE.UU., una postura de rechazo a las políticas (políticos) oficialmente aliados a la hegemonía financiera mundial, que vulnera los trabajos, los ingresos y las propiedades de los menos favorecidos. En ambos hubo un voto protesta.

Francia, que parece ser una sociedad con más integración democrática de sus sociedades intermedias, rechaza ese salto al vacío que proponía la extrema derecha y postula la permanencia de ciertos valores universales de la política y una cierta esperanza en que con voluntad y unidad se pueden superar las trabas y reglas que impone la globalización neoliberal-financiera.

Chile es un país que podría asemejarse  en parte a EE.UU. respecto a la situación de su población, cuya gran mayoría (7 de cada 10) deben emplearse por cuenta propia, que el 12% de trabajadores sindicalizados carece de capacidad negociadora efectiva, que casi el 40% de los jóvenes, entre 16 y 26 años, de las zonas periféricas de las grandes ciudades (es decir los jóvenes pobres) no estudian ni trabajan, que el 50% de los hogares tienen dificultad para llegar al día 30 del mes con sus ingresos; país que mantiene unos costos familiares por la educación más elevados del mundo; con una salud que deja insatisfechos al 80% de la población.

Una sociedad que ha impuesto sólo las obligaciones para el pueblo, sin garantizar, en los hechos, ningún derecho, debía ubicarse en la línea de un voto de protesta, que castigara a los políticos aliados al excesivo lucro y a las políticas financiera, que han derivado en una sociedad tan desigual que ya casi ninguna otra nos supera.

Sin embargo, si usted mira las encuestas, verá que los electores entrevistados (la mayoría son muestras telefónicas) postulan votar por el candidato que representa todos los abusos financieros más sospechosos. Un 24% lo apoya mientras que un 52% cree que será presidente. Esa diferencia entre apoyo y creencia, es debido– seguramente- a la poca fe que se tiene en el sistema democrático chileno, resignándose la gente a pensar que siempre los poderosos de Chile se las arreglarán para ganar, aunque sean menos y aun cuando su actuar ha sido, en política, de una nefanda moralidad. Así pasó por más de un cuarto de siglo con el sistema Binominal, donde las minorías se  aseguraban una representación de mayorías, y ahora pasa a ser sustituido con la abstención de los desesperanzados, que hace que ganen los avispados, que saben lo que deben defender con su voto. Si usted ve las urnas electorales de los barrios altos, comprobará que se encuentran ahítas de votos, mientras que en los  barrios pobres, las urnas electorales lucen una famélica presencia de votantes.

Es  cierto que la capacidad de los medios, aliados masivamente al pensamiento de derecha, es tremendamente imperativo. Es capaz de torcer la nariz al más objetivo de los discursos y presentar hechos fantasiosos como verdades consagradas. Por otra parte, una sociedad que carece de entrenamiento para el pensamiento crítico, cuya dialéctica se ha quedado paralizada en uno de sus insumos, es muy propensa a sufrir la seducción del más dominante, aunque su lógica se exhiba terriblemente coja. Ello viene a traducir y explicar esta contradicción cultural del capitalismo chileno, que de otra forma sería incomprensible.

En Francia, contrariamente, la información transcurre por corrientes cruzadas y en niveles de filtración diversa, lo que hace de  estos medios instrumentos realmente democratizadores de la opinión y la decisión política. Esto ha quedado a la vista en este evento electoral, donde nadie pudo alegar desinformación o sesgo.

En Chile, en cambio, se oculta, se miente, se distorsiona, y eso se hace de manera fuertemente unilateral. Aquí se sabe que un sector de la prensa es la que impone los temas a debatir; lo que a esa prensa no le interesa, aunque exista como problema, simplemente no es visualizado. Eso lo podemos ejemplificar con el tema de la delincuencia. Las cifras demuestran que la criminalidad no se incrementa, pero toda la artillería mediática es dirigida a aumentar el temor, la sensación de inseguridad; el negocio político del miedo da sus dividendos, pero el negocio económico de la “inseguridad” los da mucho más.

Y como lo que se trata en una sociedad de negocios es que estos se incrementen, entonces la mentira es una herramienta que permite paralizar la razón por el tiempo necesario para meter la mano al bolsillo a los desinformados.

En Chile, Piñera es alzado como el adalid del crecimiento económico en su gobierno, sin siquiera matizar con el hecho que tuvo la suerte de dirigir al país en la fase expansiva de las inversiones y los precios en materias primas; pero, además, tuvo la fortuna de transitar los dos años que duró la reconstrucción post terremoto (que es un gran activador económico, pues es como un plan keynesiano de alta irradiación)). Luego que se inclina la curva hacia la recesión mundial de los commodities y se termina la fase reconstructiva, inmediatamente las cifras económicas de Piñera inician su caída (desde el segundo semestre del 2013.

Ellos se aplauden así mismos diciendo que  allí hubo confianza, inversión y gestión eficiente. Bueno, lo de la confianza no se puede demostrar por las cifras del 1013-2014; la gestión, ya sabemos los bochornosos hechos en SII, en el censo, caso Johnsonn, el gas en Aysen, las rotativas de ministros con incompatibilidad de intereses, las condiciones de la modificación del royalty a las transnacionales, las concesiones pesqueras a las 7 familias, y una infinidad de hechos que avalan la idea de que la gestión fue más bien “reguleque”.  Y que más bien le acompañó la buena fortuna de los factores pro-crecimiento que se agotaron al final de su mandato.

Pero Chile vive, ahora, el dilema de ser manipulado o ser coherente con su realidad. Si gana la derecha, quiere decir que no superamos aún el tiempo de la seducción de los medios oligárquicos; pero si gana la izquierda, quiere decir que saltamos a una nueva etapa de madurez democrática y el gran desafío estará puesto en la solvencia de los nuevos conductores, que deben ser merecedores de esa confianza.