POR ENRIQUE FERNÁNDEZ
Cuando las autoridades del censo examinen los datos recogidos en la Isla de Pascua, se sorprenderán por dos motivos: el explosivo aumento de su población y la presencia de migrantes que también han llegado a ese territorio insular de Chile.
La pequeña isla perdida en el Pacífico, a 3.500 kilómetros de las costas chilenas, es un polo de atracción para viajeros que vienen de Perú, Colombia, Argentina o Uruguay, del mismo modo como sucede en el territorio continental. Usted puede encontrarlos si concurre a tomar un café a uno de los locales del empresario Mike Rapu, donde muchos dependientes son extranjeros.
Hasta ahora se sabía que en la isla conviven dos grandes grupos étnicos: los rapanuío “rapas”, como se definen a sí mismos los 4.000 descendientes de quienes llegaron desde la Polinesia en el siglo XIII, y los continentales o “contis”, que son los más de 1.000 chilenos asentados allí a partir de mediados del siglo XX.
El censo de 1992 estableció que los habitantes de Rapa Nui o Isla de Pascua eran 2.762. El censo de 2012 –el último que se efectuó como corresponde- elevó la población insular a 5.806, con un aumento de 110 por ciento en 20 años. A esta explosión demográfica contribuyeron principalmente los chilenos, atraídos por las posibilidades de una comunidad que vive del turismo y la pesca. A esas ventajas se agrega el apoyo del Estado a los isleños, a través de educación y salud gratuitas y exenciones tributarias.
¿Cómo habrá evolucionado esta tendencia tras el último censo del 19 de abril de 2017?“
Cada vez somos menos. Con el auge de la economía del turismo están llegando cada vez más migrantes a la isla”, admitió el alcalde de Pascua, Pedro Edmunds Paoa, en declaraciones a Radio Cooperativa. Por eso cree que este nuevo recuento determinará que los rapanuí se convertirán en una minoría frente a una mayoría de migrantes.
Sumidos en un clima tropical, una vegetación exuberante y un ambiente humano tranquilo y alegre, los “rapas” son cordiales y atentos con quienes consideran amigos. “Nosotros no somos chilenos sino polinésicos”, aclaran sin embargo ante la pregunta de alguno de los 100.000 turistas que pasan anualmente por la isla.
Una prueba anecdótica de este sentimiento puede ser la pequeña cárcel de Pascua, donde hace algún tiempo había cinco presos: “cuatro chilenos y un rapa”, en palabras del administrador de un hostal.
– A los chilenos los podemos aceptar, pero a estos otros gallos no –alegaba un joven rapa, en alusión a los nuevos visitantes latinoamericanos que no llegan en calidad de turistas sino con la intención de quedarse. Para lograrlo deben entablar algún vínculo matrimonial o laboral con la comunidad rapa, pero no tienen acceso a la propiedad de la tierra que es un derecho exclusivo del pueblo rapanuí.
¿Cómo es posible entonces detectar que un viajero no llega como turista sino como migrante? El hospital local ha atendido en los últimos meses a decenas de niños cuyos padres se acogen al programa “Control Sano”. En consecuencia, sus familias no están de paso, porque llegaron para quedarse.
El caso de los migrantes peruanos es particularmente sorprendente, porque hace 155 años, en diciembre de 1862, ocho buques piratas provenientes de Perú irrumpieron en la isla en uno de los episodios más dramáticos de su historia. A sangre y fuego los piratas capturaron a los hombres en edad productiva y se los llevaron como esclavos hacia el puerto de El Callao, para trabajar en plantaciones y depósitos de guano.
Entre las víctimas de esta invasión se encontraban el rey (ariki), su hijo y muchos de los sabios que aún podían leer y escribir las tablillas RongoRongo (foto derecha) que hasta hoy no han sido descifradas. Fue una depredación humana y cultural.
“De los cuatro o cinco mil habitantes que tenía la isla, se calcula que mil quinientos fueron cazados y llevados a los barcos esclavistas. A escala, es como si en estas épocas diez millones de peruanos hubieran sido secuestrados y llevados a otro continente”, escribió en “El Comercio” de Lima, en noviembre de 2015, el escritor peruano Gustavo Rodríguez.
Pero el escritor conserva un grato recuerdo del día en que visitó la isla como turista. Cuenta lo amables que fueron con él sus habitantes, “pese a haberles mostrado mi pasaporte peruano”.
Después de esta primera “migración”, Francia y otros países protestaron ante el Gobierno peruano y algunos sobrevivientes fueron repatriados a Pascua. Pero traían consigo los gérmenes de la viruela y otras enfermedades que causaron cientos de muertos en su ya castigada población, según recordaba el sacerdote e investigador alemán Sebastián Englert.
“Con tanta mortandad se explica que la población, anteriormente de unos 4 o 5 mil nativos, se redujeran a mil en total. En 1877, once años después de terminar la era antigua, bajó a un mínimo de sólo 111 habitantes», agregó Englert en su libro “La Tierra de HotuMatúa”.
En 1888 Rapa Nui fue incorporada al territorio de Chile. En 1967 sus habitantes por primera vez tuvieron un carnet de identidad y un servicio del Registro Civil. Y en 1995 la isla de los “moais”, palmeras y volcanes fue declarada Patrimonio de la Humanidad.
MI HERMANO, COMO SIEMPRE, ILUSTRANDONOS. ES UN PLACER LEERLO.